Para lucir, hay que sufrir

Para lucir, hay que sufrir

La moda no se casa con nadie. Aunque está en permanente transformación, hay un aspecto que se mantiene perenne: la esclavitud que conlleva. Y no hablamos de comercio justo, sino del propio cuerpo humano, que, bajo pretextos de embellecimiento, pasa por distintos procesos de modificación y transformación con el dolor como telón de fondo.

La pasarela está llena de pequeñas muestras de tortura corporal, expresiones artísticas que entendemos como normales por su presencia sempiterna en nuestro imaginario colectivo. Esas dosis de sufrimiento socialmente aceptado, como los tacones o los corsés, no son una invención moderna: llevan mucho tiempo entre nosotros. Alguien dijo que no hay nada nuevo bajo el sol, y es que las mismas imágenes y simbolismos resurgen constantemente bajo formas distintas en expresiones culturales diversas.

Pero, ¿por qué seguimos incorporando el dolor a la moda? Julia Weems, directora de moda del IED Barcelona Escola Superior de Disseny, nos lo cuenta. “Hay cánones de belleza dictados por la sociedad que la mayoría de personas no poseen de manera natural, así que la única opción que existe para adaptarse a éstos es transformando su cuerpo, ya sea de forma permanente –con implantes, por ejemplo– o de forma temporal –con un corsé, push-up bra…­–”.
Tomemos como ejemplo inicial de la imposición física de la moda sobre la anatomía humana la modificación de los pies. Los 40,64 centímetros del récord Guinness de zapato de tacón más alto demuestran cómo de dolorosa –y vertiginosa– puede llegar a ser la moda. Con el feminismo y el cambio social de los años 60 y 70 llegaron las plataformas, antepuestas al tacón, cuyo soporte elevaba todo el pie hasta alturas desorbitadas que dificultaban el movimiento de aquellas mujeres que las lucían.

MusicNewz Wikimedia Commons/MusicNewz

He aquí la ironía de la historia, las rompedoras plataformas tienen un claro antecesor: los chopines, o zapatos elevados de los siglos XV, XVI y XVII usados en Italia y España. “Aunque las mujeres representen la mayoría de usuarios de los tacones, no es un elemento exclusivo del género femenino: algunos hombres también han caído rendidos a sus encantos. Un buen ejemplo de ello es el rey Luis XIV, quien se adhirió, junto a su corte, al elenco de adeptos al tacón con la condición de que nadie los llevara más altos que él. Parece que el uso de tacón y el poder del que lo lleva mantienen un equilibrio delicado e interesante”, nos expone Lucía Merlo, Doctora en Antropología Social y Cultural en la Universidad Complutense de Madrid.

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Photo: Rama & Shoe Museum Lausanne

El diablo lleva tacones

China es un ejemplo paradigmático por la conocida y extinta modificación podal conocida como “loto dorado”, cuyo procedimiento consistía en vendar los pies a las niñas desde edades muy tempranas para reducir su tamaño hasta que éstos midieran tan solo siete centímetros. Esta tradición milenaria perseguía conseguir que los pies de la mujer, objeto de deseo, fueran delgados, pequeños, puntiagudos, arqueados, simétricos, suaves e incluso perfumados. Sin embargo, tras tal modificación, las mujeres cuyos pies habían sido vendados prácticamente no eran capaces de desplazarse solas.

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Copyright: Wikimedia Commons

Más de mil años de tradición más tarde, y unos sesenta años después de que se aplicara el último vendaje, el interrogante se cierne sobre la moda actual. “¿No es el tacón, a su manera, una forma de modificar –aunque no de modo permanente– la forma y posición del pie con finalidades decorativas? La historia se repite.

A fecha de hoy, los zapatos de tacón son objeto de acalorada controversia. Por un lado, son un favorecedor estandarte de feminidad que proclaman las primeras marcas de apparel femenino, modificando con cada colección su forma y tamaño marcando tendencia. A su vez, el tacón es un elemento diabólico según un gran número de expertos, que atribuyen al afilado complemento la capacidad de perjudicar e incluso deformar tanto los pies como la espalda, así como incrementar el riesgo de desarrollar psteoartritis, con la consiguiente propensión a doblar las rodillas y arquear la espalda, dificultando el trabajo de las rótulas y desgastando el cartílago. ¿Vale la pena? Marilyn Monroe lo tendría claro. Suya es la célebre frase: “Dé a una chica los zapatos adecuados y conquistará el mundo”. Su temprana desaparición impidió confirmar si hubiera sufrido o no los posibles estragos de su elección.

Cheuogaiomedia Wikimedia Commons/Cheuogaiomedia

Cinturita de avispa
Subiendo desde los pies y piernas arriba, tal vez el segundo blanco de la transformación del cuerpo sea la cintura. Durante gran parte de la civilización occidental, la estética en auge y la figura considerada como erótica eran coincidentes. Enfatizando zonas como el trasero y las caderas, la cintura debía ser, por contraste, lo más menuda posible. Para ello, era menester el uso de corsés, que oprimían la caja torácica hasta extremos impensables para moldear la figura femenina. Y en nuestra época, diseñadores como Jean Paul Gaultier han sabido sacar provecho a ese objeto de antaño para realzar la figura femenina de un modo sensual y provocativo sin perder un ápice de modernidad. ¿Quién no recuerda el famoso bustier dorado de Madonna?
La cintura todavía es hoy en día el arma de seducción de cualquier femme fatale que se precie. En 1900 los corsés se llevaban de la noche a la mañana, como bien relata la aclamada serie británica Downton Abbey. En el cuarto capítulo de la primera temporada, una de las hijas de la familia le pide a su doncella: “Aflójame un poco el corsé, por favor”, y luego añade: “No sé porqué llevamos corsés. Los hombres no los llevan y resultan igualmente atractivos”.

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Las pin-ups han sido una de las representaciones icónicas del corsé, al cual sacaban partido creando un efecto de delgada cintura y voluptuosas caderas, muy en sintonía con el canon estético de su época.
Hoy en día, si bien los corsés se siguen comercializando, hay que admitir que su presencia en el armario femenino ha disminuido considerablemente. Sin embargo, aún existe otro artilugio de finalidades parecidas y que puede llegar a generar cierta incomodidad: la faja, y todas sus variantes, usadas para ocultar esos kilitos indeseados que se resisten a abandonar el abdomen a base de comprimir la zona. El resultado es un aparente vientre plano y una molestia ciertamente relativa.

Menudo aprieto
En los últimos años, la moda del pantalón pitillo ha vuelto con fuerza y parece que está aquí para quedarse. En adición a ello, el uso de medias, camisetas apretadas y, por supuesto, las anteriormente mencionadas fajas, incrementa la presión que sufre el cuerpo constantemente. Las piernas son tal vez las más perjudicadas y, en algunos casos extremos, esto puede llegar a pasar factura a la salud. Aunque es infrecuente, la circulación sanguínea puede resultar afectada al verse dificultado el retorno venoso, ya que la sangre pasa más tiempo del debido en los miembros inferiores a causa de la compresión de éstos. En el peor de los casos, puede llegar a aparecer hinchazón de las piernas, varices y dolores.
Y si los pitillos más trendy pueden tener consecuencias desagradables para las piernas, la historia se repite con camisas, jerséis o blusas apretadas, que del mismo modo que los pantalones, pueden bloquear el libre movimiento, cargar los hombros e incluso generar sensación de hormigueo en los brazos.

IMG_5895 Copyright: Lavazza

El gran día
Una boda representa para muchas mujeres el inicio de una nueva vida y la esperanza de un futuro feliz, por eso se da tanta importancia a proteger la idea de belleza, salud y perfección. Para muchas novias conseguir el aspecto ideal puede provocar una verdadera obsesión.
Como indica Beatriz Ocanto, docente de Asesoría de imagen en el IED Barcelona Escola Superior de Disseny y personal shopper (www.shopit.es), “la puesta a punto para el gran día tiene una larga lista de cuidados que en ocasiones empieza hasta seis meses antes: tratamientos para tener el cabello brillante, la piel tersa e hidratada, los brazos tonificados, unos labios suaves y sensuales, sonrisa de anuncio y, por supuesto, la dieta adecuada para lucir una figura esbelta en el vestido perfecto”. Toda esta preparación larga y exhaustiva, “puede producir efectos secundarios como cansancio, jaquecas, irritabilidad, problemas gastrointestinales y pérdida de defensas”, expone la psicóloga y dietista Maribel Peiró.

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El conjunto de preparativos y la elección de traje y complementos, el ensayo de la ceremonia y los posados infinitos para la sesión fotográfica, añadido a las horas de peluquería y maquillaje para ser la novia más guapa, convierten la boda en una unión entre moda y dolor. El velo, que puede llegar a medir hasta 2,5 metros de largo, suele ser pesado y con volumen y los zapatos, aunque ayudan a estilizar la figura, pueden provocar importantes molestias si no se eligen cuidadosamente.
Sin embargo, la mayoría de novias nos dirán que el esfuerzo bien vale la pena, como refleja el refranero popular: sarna con gusto no pica. Beatriz Ocanto aconseja: “La clave para acertar con el vestido perfecto es sentirse bella y cómoda en él al mismo tiempo”.

Con piercings y a lo loco
Mientras la moda occidental apostaba por moldear la forma corporal, algunas culturas ancestrales y tribus de distintas partes del globo sentaban las bases de ciertas prácticas que son parte imprescindible de la estética actual. Para tribus como los maorís, de Nueva Zelanda, un tatuaje debía ser perfectamente geométrico, y se debía encontrar en ciertos puntos del cuerpo para ser un diseño admirado por los otros miembros de su pueblo y por los dioses que los acogerían en su seno en la otra vida. También los pueblos nativos americanos tenían una larga tradición tattoo, cuya finalidad era identificar a los distintos miembros de clanes y familias.

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Copyright: Wikimedia Commons

Del mismo modo que los tatuajes, los piercings se han utilizado en muchas culturas antes de convertirse en un must de los siglos XX y XXI. La nariz anillada de las mujeres hindús varía de significado según en qué lado se encuentre el pendiente y según la región del país. En Papua Nueva Guinea, es habitual observar piercings en el septo nasal con tallos de plantas o joyas de hueso en lugar de joyería con metales preciosos. En el campo de las dilataciones, existe un referente claro en diversas tribus cuyas mujeres deforman su cavidad bucal con discos para aumentar el tamaño de la boca y se colocan piezas metálicas de gran tamaño en los lóbulos de las orejas.

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Copyright: Wikimedia Commons

La lista de ejemplos es infinita: cada cultura adorna el cuerpo a su manera, y cada opción tiene su significado. Hoy en día, vestigios de estas antiguas formas de metamorfosis corporal siguen rigiendo la percepción del cuerpo a la vez que modificándolo. Elementos como los tatuajes, los piercings o las dilataciones se han convertido en modos más que habituales de expresión corporal. “Paradójicamente, nos sometemos de buen grado a estos procedimientos que causan dolor y, sin embargo, nos lamentamos cuando tenemos que poner al día nuestro carnet de vacunas”, señala la Doctora en Antropología Lucía Merlo.

ESTILO MADE IN GAGA
Puede que las formas hayan cambiado, pero las expresiones de dolor siguen estando presentes en la actualidad. Si no, que se lo digan a la neoyorquina y archiconocida Lady Gaga, cuyas apariciones en público suelen estar teñidas de polémica. Su vestido de carne fresca que recuerda a las obras de la artista Jana Sterbak, incluyendo un filete sobre la cabeza como tocado, trajo la estética más atrevida y controvertida a la primera página –de la cual no se ha movido-, junto con plataformas de infinita altura y cuestionable comodidad.

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La cantante ha sido un tema en boca de todos, y es que no deja a nadie indiferente. La diva de lo bizarro ha sabido utilizar su impactante estilo para convertirse en un ídolo de masas. Algunos la han apodado la nueva Madonna, y no es para menos: su vestuario es rompedor, arriesgado y, de un modo u otro, brillante. Eso sí, la moda extrema tiene un precio, y es que el provocativo estilo made in Gaga la ha llevado a escoger, en ciertas ocasiones, vestidos evidentemente incómodos y aparatosos.

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Copyright: Wikimedia Commons

La tendencia futura promete seguir la misma trayectoria. Julia Weems, directora de moda del IED Barcelona, lo tiene claro: “En el futuro, puede que empecemos a manipular de modo más directo la piel, por ejemplo insertando chips. A nivel de vestimenta, tal vez se popularizarán prendas más “tecnológicas”, incorporando elementos más futuristas. Puede que pesen mucho y que no sean muy cómodos de llevar”.

Alexis Reyna (http://alexisreyna.com/), diseñador con marca propia y docente en la Escuela Superior de Diseño y Moda Felicidad Duce, no está de acuerdo con que la moda deba seguir por este camino que conlleva dolor: “No creo en el sacrificio, es un concepto muy católico: la ropa moderna debe ser cómoda. Además, históricamente siempre se ha hecho sufrir a la mujer, a la que se ha tratado como un objeto. Esta concepción es machista y retrógrada, ya que solo la mujer se somete a este tipo de sufrimiento para gustar”.

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Si tesis como la de Reyna no se convierten en mayoritarias, sabiendo que la transformación anatómica es y ha sido siempre una parte inherente e inalienable de la moda, tal vez solo queda aceptarla como un pequeño precio a pagar para verse bien. Y es que para lucir, hay que sufrir.

LA PIEL TAMBIÉN SUFRE
No se trata precisamente de una moda pasajera, pero no deja de ser moda al fin y al cabo. La depilación, para la mayoría de las personas, es más un método de tortura que de belleza. Muchos pensarán que se trata de un invento relativamente nuevo, pero en realidad este afán por deshacerse de todo el vello se remonta a 35 siglos atrás, a la época de los egipcios. Lo que se inició como un ritual religioso, fue extendiéndose por motivos higiénicos hasta llegar a manos griegas –pueblo conocido por su culto a la figura humana–, que explotaron esta práctica hasta su nivel máximo. Y con el transcurso de los años –y las culturas, pues cada una ha puesto su granito de arena añadiendo zonas para depilar y técnicas nuevas– ha llegado a nuestros días y mujeres y hombres (casi) por igual reservan y pagan horas de sufrimiento voluntario para llegar a ser estatuas de mármol.
Los años 20 desataron definitivamente la fiebre por la depilación. Las jóvenes parisinas y estadounidenses salieron a las calles con sus faldas cortas y el depilarse se convirtió en una necesidad continua. Se pasó de la grasa animal y miel de la antigüedad a la cera que conocemos hoy en día (de cera, parafina y resina) y, poco a poco, la tecnología inundó también este campo con máquinas eléctricas (las maquinillas de afeitar también tuvieron unas antepasadas de sílex, cobre y hierro). Gracias a los avances de este siglo los métodos dolorosos van quedando atrás –aunque aún cuentan con muchos seguidores, ya que son los más tradicionales y económicos– y dan paso al láser y la fotodepilación, que son técnicas menos agresivas.

Credits: publiqué una versión de este artículo el 29.09.2012 en Estilos de Vida (ES), suplemento semanal de La Vanguardia.

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2 thoughts on “Para lucir, hay que sufrir

  1. Hola

    Si le preguntas a alguien que utiliza tacones altísimos sobre su enorme sufrimiento para llevarlos probablemente te vea con cara de asombro, puede decirte que puede ser que los tacones la pueden cansar, que después de algún tiempo de pie ya no son cómodos pero no tanto como para hablar de que es un enorme sufrimiento y si generalmente esta sentada puede decir que en realidad no la molestan para nada y probablemente asi pase con todos los demás elementos como corsets, pircing, tratamientos de belleza.

    Acordando que los extremos nunca son buenos como algunos de los ejemplos mencionados, las chinas con pies vendados son impresionantes me parece que el articulo sobre valora el dolor y sub valora el sentimiento de satisfacción por lucir físicamente mejor o cumplir con algún capricho personal.

    Hay personas que no recurren a nada dañino en su vestir, en su calzado, en su estilo de vida, y esta muy bien que sean asi, esta increible, pero no son las mejores personas para opinar sobre tacones, corsets, tratamientos de belleza, y demás, porque desde su perspectiva muy radical obviamente solo verán dolor con todos estos elementos y desconocerán el poder y la satisfacción de la vanidad.

    Como en todo nunca hay que llegar a los extremos, y nunca comprometer realmente la salud por la moda.

  2. Mai, gracias por tu aportación.
    Respeto tu punto de vista y valoro, como digo, tu versión. Sin embargo, y como docente en moda, son muchos los estudios que revelan el dolor de ese tipo de modas, que no estilos de vida. Yo misma, siguiendo las modas, he sufrido percances de piercings, problemas de espalda y juanetes… Sigo castigándome a veces para esa satisfacción que mencionas, pero con la edad me he dado cuenta y sigo en ello, que no vale la pena. Porque además, luego, los efectos mencionados, hacen que no podamos lucir como nos pertoca por nuestros físicos, que debemos amar ante todo.
    Coincidimos pues: no hay que comprometer la salud por la moda
    pd: y soy la primera que muchas mañanas sueña en botox :-)

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