Swing, ¡quiero bailar!

Swing, ¡quiero bailar!

De los años 20 en Estados Unidos a la actualidad en España: el swing ha saltado en el tiempo y en el espacio para ocupar el centro de la pista en nuestras ciudades.

La plaza de la Virreina, en Barcelona, el mercado de San Fernando, en Madrid, o la plaza del doctor Collado, en Valencia, se han rendido a los pies de los aficionados del swing, que, con coreografías improvisadas y al son de unas melodías que invitan a moverse, han convertido el asfalto urbano en una espontánea pista de baile. Estos entusiastas danzarines recuperan el legado de la comunidad afroamericana de Nueva York que en los años veinte dio los primeros pasos del lindy hop, el baile de pareja más popular de la música swing. Movimientos y desplazamientos rápidos con algún que otro salto marcan un nuevo compás en las ciudades. Pero, ¿qué tiene este ritmo que nadie puede parar?

Un baile social
La calidad de la música es una de las claves del éxito de este baile en pareja: “Con sólo oírlo, el swing hace que te muevas”, explica Oriol Olivé, profesor en la escuela de Sabadell El Gimnàs. Canciones que forman parte de la banda sonora del siglo veinte y suenan en un ambiente agradable y dinámico donde es fácil socializar.

Cambiar de pareja es habitual y todo el mundo está dispuesto a bailar con cualquiera, lo que acaba conectando a los swingers: “Puedes conocer a más de cien personas y entre canción y canción acabas cogiendo confianza, porque te cuentas la vida”, apunta Olivé. Ambiente idóneo para solteros que busquen algo más que un acompañante en la pista: “Es una buena forma de conocer a chicos y viceversa, compartir una afición siempre acaba uniendo”, afirma Irene García, bailarina amateur. Y también puede ser un elemento de cohesión para las parejas que quieran disfrutar de una actividad conjunta. Las motivaciones para apuntarse a las clases de swing son tan amplias como los perfiles de los alumnos, de entre veinte y cuarenta años en su mayoría y que toman clase en escuelas como El temple del Swing, dirigida por Montse Calvo: “Generalmente se apuntan porque les gusta la música y acaban enganchándose por la alegría y dinamismo que transmite el baile”, asegura.

Uno de los pequeños escollos al iniciar la actividad es que suele haber más candidatas que candidatos y cuadrar parejas no siempre es fácil. Aficionados y profesionales rompen una lanza a favor de vencer prejuicios y animan al género masculino a que se deje llevar por su swing: “A los hombres no se nos educa para bailar y es una lástima porque a muchos nos gusta la música pero nos da vergüenza movernos”, destaca Olivé, quien se inició en el baile por petición de su hermana y hoy alienta a todas las mujeres a que convenzan a su pareja, amigo o familiar porque, remarca, “acabarán siendo ellos más bailarines que ellas”.

Ejercicio terapéutico
Más allá de su carácter social, el swing no deja de ser una actividad física y, por lo tanto, contribuye a disminuir el estrés y la ansiedad. Además, favorece la psicomotricidad, tal y como explica Silvia Marino, fundadora de la escuela Blanco y Negro Studio, una de las pioneras de Madrid: “En el lindy hop el cuerpo se suelta y se refuerzan aspectos como la coordinación y la creatividad”.

Como en cualquier otra afición deportiva, es fácil entusiasmarse si se evoluciona de forma rápida: “Al descubrir que se nos da bien el baile, lo sentimos como algo propio y se convierte en un símbolo de nuestra identidad”, explica Andrés Chamarro, doctor en psicología y profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona. Es entonces cuando puede surgir la pasión por una actividad que da sentido a la vida, un sentimiento que   responde al profundo deseo de dominar lo que sucede a nuestro alrededor: “Nos gusta la sensación de control, por eso cuando somos hábiles en alguna actividad nos sentimos bien” afirma Chamarro.

La voluntad de superación y mejora de la técnica mueve a muchos bailarines a compaginar las clases con las fiestas en espacios públicos y salas privadas. Es el caso de Cristina Abad, aficionada valenciana con 2 años de experiencia: “Cuanto más bailas, más motivada te sientes a seguir aprendiendo. Es gratificante ver cómo acabas haciendo pasos que al principio te parecían imposibles”.

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Piruetas en el tiempo
Si bien con pocas horas de práctica se pueden aprender algunos pasos básicos, el dominio del lindy hop puede llevar toda una vida, sobre todo si se quiere emular el brío de la película musical Hellzapoppin (H.C. Potter, 1941), cuyos saltos dejan a más de uno con la boca abierta y los pies en movimiento. Se trata de una de las primeras películas que plasmó este baile, aunque la más conocida es la contemporánea Swing Kids (Thomas Carter, 1993), traducida aquí como Rebeldes del Swing. Tras su estreno y el éxito consiguiente, este film fue en parte responsable de devolver el interés por este baile tras un periodo de treinta años en los que prácticamente cayó en el olvido, viéndose relegado en las pistas por el rock n’ roll, que algunos consideran una evolución más simple del swing.

En Europa, el lindy hop volvió a dar los primeros pasos en Suecia y Alemania y a finales de los 90 llegó a Barcelona en la maleta de Lluís Vila, hoy presidente de la asociación Ballaswing. Tras descubrir este ritmo en California, Vila tuvo claro que debía cruzar fronteras: “Aprendí a bailar swing cuando empezó a renacer en Estados Unidos y enseguida supe que quería enseñarlo en Barcelona”. Dicho y hecho, Vila compartió sus conocimientos movido por “el ambiente sano y alegre” de un baile que no tardó en seducir a la Ciudad Condal como después haría en otros lugares.

Barcelona, capital del swing
Seguramente, el primer día que Lluís impartió clase no imaginó que, casi veinte años después, la ciudad viviría una auténtica explosión a cuyo compás han proliferado escuelas y salas. Barcelona se ha convertido en la capital del swing y cada noche hay opciones para que el ritmo no pare y, por supuesto, sea en buena compañía. Desde plazas y otros espacios públicos a salas privadas de discotecas y gimnasios, este baile ha entrado en la partitura del ocio de la capital catalana.

El estrecho vínculo de la ciudad con el jazz y el clima agradable del que se goza buena parte del año pueden ser motivos del éxito en la capital catalana, en opinión de Aitor Leniz, director de la escuela LindyHop, quien rememora los referentes del swing en la ciudad: “Ya en los años cuarenta se hacían concursos de lindy hop en la sala Amaya, en el Paralelo, que solían ganar bailarines de origen gitano”.

En la actualidad y desde hace diecisiete años la Ciudad Condal acoge el BarSwingOna, un festival con espectáculos, clases y música en vivo que congrega a profesionales y entusiastas de todo el mundo. A él acuden aficionados de Valencia y Madrid, dos ciudades que han vivido un auge de este baile en los últimos seis años. En la capital, la asociación Mad for Swing agrupa todas las actividades, mientras que en la ciudad del Turia el centro Spirits of St Louis y la orquesta que lleva su mismo nombre animan a todos los swingers valencianos. Sevilla y Vigo tienen sus propios festivales y, en el País Vasco, el swing se mezcla con la gastronomía en el Gastroswing.

Actividades y centros que no paran de crecer en la segunda etapa dorada de este baile. El legado de los primeros bailarines estadounidenses está a buen recaudo en las manos y, sobre todo, en los pies de miles de aficionados que, emulando al protagonista de la película Billy Elliot, tienen claro que… ¡quieren bailar!

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Lindy Hop: Un baile que vuela alto
El charleston, el balboa, el blues y el claqué son otros bailes de la música swing aunque no han volado tan alto como el lindy hop. Tal vez esto se deba a que el nombre de este último es un homenaje al piloto Charles Lindberhg, conocido como Lindy, que en 1927 cruzó por primera vez el océano Atlántico en un trayecto aéreo sin escalas. Ese salto, que en inglés se traduce como hop, es el que no paró de impulsar esta danza hasta los años cincuenta, con su máxima distinción popular en 1943 cuando la revista Life lo declaró baile nacional.

Frankie Manning fue una de las estrellas de aquellos años dorados, aunque en los cincuenta su estela se apagó al mismo ritmo que otros estilos como el rock n’ roll y, más tarde el pop, impusieron nuevos movimientos en la pista. Tras décadas alejado de ella, un grupo de bailarines dio con el paradero de Manning, que entonces era un anónimo empleado de correos. A pesar de las reticencias iniciales, el hombre cedió al interés de aquella nueva generación, ávida por conocer y recuperar aquel baile otrora tan popular. Como si de un profeta moderno se tratara, Maninng transmitió todo su conocimiento, organizando clases y coreografías que hoy llenan las pistas de baile y dando nombre a pasos con los que más de uno trastabilla al principio.

Lugares para bailar el swing
El swing se puede bailar de forma libre en fiestas populares, aunque si se quiere empezar con buen pie, hay una amplia variedad de escuelas en todo el país.

BARCELONA
Ballaswing:
con sedes en Ros de Olano, 9 (Gracia), C/Bassegoda, 1 (Sants) y C/Pujades, 58 (Centre Moral Poblenou)
LindyHop.cat: C/Torrijos, 70 y Verdi, 98 (Gracia)
Swingmaniacs: en C/Església, 4 (Gracia)
El Temple del Swing: C/Moles ,32 (Ciutat Vella)
Sabadell: El Gimnàs, Ronda Zamenhof, 64
Manresa: Swing Manresa, C/del Sol, 5

MADRID
Blanco y Negro Studio: C/ Julián Camarillo, 47. Portal D, Local 007.
Big South: Espacio Big South, C/ Laurel, 14
Big Mama: imparten clases en el Centro Gallego, C/ Carretas, 14 y en Trampolín Teatro, C/ Santa Ana, 9

VALENCIA
Spirits of St Luis:
Play Club Spirit, C/Cuba, 8.
Black Bottom: C/ Lepanto, 21

ZARAGOZA
ZaraSwing:
La Ventana Cultural, Plaza San Lamberto, 12

TARRAGONA
Sala Zero,
Carrer Sant Magí, 12

LLEIDA:
El Mirall
, Carrer/ Enric Granados, 24

GIRONA:
Associació Cultural Jazz de Girona, C/ Pedret, 152-156

Credits: publiqué una versión de este artículo junto a Cristina Ungil el 15.11.2014 en Estilos de vida (ES), suplemento semanal de La Vanguardia

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