Poesía verde

Poesía verde

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La región de Sapa (Sa Pa, para los vietnamitas) es una zona situada 350 Km. al norte de Hanoi, la capital de Vietnam, muy cerca de la frontera con China y a unos 1.600 metros de altitud. Se trata de un hermoso circo de montañas salpicado de aldeas, llamado por sus habitantes “el país azul”, que fue utilizado como estación termal por los franceses durante su dominación colonial en Indochina allá por 1922.

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¿Su principal particularidad? Los fascinantes paisajes salpicados de aldeas rurales y, sobretodo los arrozales en bancadas, para muchos de sus visitantes los más hermosos del mundo, por encima incluso de los de Longji, al norte de Guilin en China, que la han convertido actualmente en una de las principales atracciones turísticas de este país del sudeste asiático, a pesar de lo complicado que resulta acceder a la zona.

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Medianoche en el tren

Acceder a Sapa puede hacerse en autobús o jeep pero no se trata de la opción más cómoda. Son entre diez y doce horas de recorrido por una carretera (por llamarla de algún modo) lenta y sinuosa. La mejor alternativa es el tren nocturno que parte de Hanoi hasta Lao Cai. Se trata de convoyes de numerosos vagones en los que siempre uno de ellos, como mínimo, es especial para turistas o vietnamitas que estén dispuestos a pagar el precio algo más elevado, con compartimentos de 4 literas y baño compartido para el vagón, todo ello razonablemente limpio. Se llega a Lao Cai a primera hora de la mañana y desde allí numerosos mini-buses nos transportan hasta Sapa en un recorrido de aproximadamente una hora durante la cual ya empezamos a entrever algunos arrozales, antesala del espectáculo paisajístico que nos aguarda. El regreso puede hacerse por el mismo sistema, con el tren nocturno dirección Hanoi, lo que, además de ahorrarnos dos noches de hotel, permite aprovechar al máximo los días de estancia en Sapa.

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No hay que preocuparse en absoluto en caso de que nos toque compartir departamento con una pareja de vietnamitas. Aunque muchos de ellos no hablan inglés, su educación, amabilidad y sentido del decoro son máximos. No debe extrañarnos pues que, dado que acostumbran a llevar la cena y comerla en el compartimento, nos inviten amablemente a compartir su comida. Si tal es el caso, rechazarla es para ellos casi un insulto, por lo que lo más educado es aceptar algún bocado (en general se trata de comida sana y de lo más sabrosa) y agradecerlo con un “Cam on”, gracias en vietnamita.

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¿Cuándo ir?
A diferencia de otras zonas de Vietnam en las que se cultiva el arroz y se obtienen hasta tres cosechas anuales, la especial climatología de Sapa debida principalmente a la altitud y al régimen de lluvias, hacen que en este lugar solo se produzca una cosecha al año. La siembra empieza en la primavera y la cosecha se produce a finales de septiembre. Por ello, durante los meses de abril, mayo y junio se pueden contemplar los arrozales de un color verde intenso, especialmente durante ese último mes, cuando ya han alcanzado cierta altura y, al mecerse balanceados por el viento, semejan olas verdes que corren arriba y abajo de las montañas trepando o descendiendo por los bancales escalonados.

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Durante el verano, desde julio hasta septiembre, el arroz madura y los campos se van volviendo gradualmente amarillos, hasta llegar a un intenso color dorado en el momento de la recolección que recuerda, salvando las distancias, el color de los campos castellanos cuando los cereales alcanzan su madurez. El resto del año, desde octubre hasta la nueva siembra, las terrazas quedan vacías y del color marrón rojizo de la fértil tierra.

OLYMPUS DIGITAL CAMERAHay que tener presente que se trata de una zona con un régimen de lluvias elevado, por lo que hay que ir equipado ante esa posibilidad. En los meses de noviembre y diciembre puede llegar incluso a nevar.

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Las mágicas etnias del Norte
Cuenta la leyenda que el rey Dragón del Sur se casó con Au Co, una hermosa hada norteña, y se quedó a vivir con ella en las montañas del norte. Au Co puso cien huevos de los que salieron cien rollizos niños. Años más tarde, el rey sintió nostalgia de las llanuras del sur y partió hacia ellas con la mitad de sus hijos, que serían los ancestros de los viet, el grupo mayoritario en Vietnam. Los cincuenta que se quedaron en las montañas dieron lugar a las minorías étnicas del país, los llamados “pueblos de las colinas”.

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La realidad es que en Sapa se contabilizan hasta 54 grupos étnicos distintos, con nombres tan exóticos para nosotros como hmong, dao, xa pho, tay, cát-cát, dzay, moung o hoa. Cada uno de estos pueblos, especialmente sus mujeres, mantiene su vestimenta tradicional, bien diferenciada entre unos y otros, con riqueza de colores y ornamentos. Incluso dentro de la misma etnia, como los hmong, existen diferenciaciones según el color de la ropa, como los hmong negros o los rojos. Bien puede decirse que estas tribus norteñas encarnan la auténtica magia de la región. Un aspecto común a todos ellos es la amabilidad y la hospitalidad, por lo que resulta habitual que si llegamos a cualquier poblado de las montañas nos inviten a entrar en sus casas.

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Trekkings para todos los niveles

La mejor, por no decir la única manera, de conocer Sapa es realizando trekkings por sus valles, colinas y aldeas. Los hay de todos los niveles de duración y dificultad, pero lo aconsejable es realizarlos acompañados por un guía del lugar, ya que las señalizaciones o paneles indicadores brillan por su ausencia. Muchos visitantes llegan con los paseos contratados desde su lugar de origen, pero de no ser así hay diversas maneras de concertar un paseo con un guía. En la recepción de los hoteles, en algunas agencias turísticas situadas en las calles principales de Sapa o, la que tal vez es la manera más exótica, a la par que ilegal aunque tolerada, con alguna de las mujeres de las etnias que se encuentran por los alrededores del mercado, a las que se puede preguntar y llegar a un acuerdo teniendo siempre presente el deficiente nivel de inglés que hablan.

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Con cualquier guía que nos acompañe, rápidamente se unirán a nuestro grupo mujeres y niñas de diversas etnias, especialmente hmong, que nos acompañarán durante gran parte del camino tratando de vendernos sus productos. Algunas de ellas se distinguen por ser excesivamente insistentes por lo que, si no tenemos intención de comprarles nada, lo mejor es no hacerles demasiado caso y esperar a que se cansen, aunque eso sí, hace falta tener bastante paciencia.

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Un buen comienzo es realizar una excursión corta, de unas tres o cuatro horas de duración hasta el poblado de los Cát-Cát. Se halla a unos cuatro kilómetros de Sapa, por un camino en constante descenso que, al cabo de poco tiempo, ya empieza a mostrarnos los numerosos arrozales que vamos descubriendo a medida que superamos los recodos del camino. Pasados unos dos kilómetros, a nuestra izquierda vemos un edificio abandonado a medio construir. Merece la pena subir el escaso trecho hasta él para admirar la vista de todo el valle a nuestros pies. Cuando nos acercamos al poblado de los Cát-Cát, si realizamos el viaje en época de siembra, por ejemplo durante el mes de junio, podemos contemplar a los hombres preparando los campos anegados con la ayuda de los bueyes de agua y a los jóvenes, niños y mujeres (incluso con sus bebés dormidos a la espalda), encorvados plantando arroz en las terrazas inundadas.

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Al llegar al poblado, encontramos numerosos puestos de venta de artesanía y otros productos, como auténticos machetes que los campesinos utilizan para desbrozar, así como lugares en los que descansar tomando un té y un refresco. Resulta curioso ver el ingenioso sistema que utilizan para descascarillar el arroz mediante la fuerza del agua que corre por los numerosos arroyos. Desde el pueblo, unas largas escaleras nos permiten descender hasta el río Muong Hoa, que transcurre a sus pies, para advertir sus pequeñas cascadas, un puente suspendido que lo cruza y los numerosos niños y mayores bañándose a la caída de la tarde.

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¡Pero hay que regresar! A lo lejos, en lo alto, se divisa la entrada a Sapa. Es que sin percatarnos hemos descendido más de 500 metros que habrá que volver a subir. Tranquilos. Si no tenemos concertado transporte de vuelta, numerosos muchachos con sus motos nos transportan de regreso por una módica cantidad, eso sí, ¡regateando!

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Incluso durmiendo en homestays
Si queremos una experiencia más “intrépida” podemos contratar un trekking de dos días durmiendo en un homestay, es decir, en alguna casa local preparada como alojamiento en una aldea del camino.

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Hay posibilidad de dirigirse a diferentes poblados recorriendo distintos valles, pero la excursión más habitual es la que va de Sapa a Ta Van pasando por Lao Chai (que no hay que confundir con la capital regional, Lao Cai, en la que se halla la estación del ferrocarril). Según el camino que decida seguir nuestro guía, la distancia oscila entre 8 y 10 kilómetros. También es muy interesante el trekking hasta Tavan, unos 12 kilómetros al sureste de Sapa, gran poblado habitado por los dzay, los hmong y los dao rojos.

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En el caso de la excursión a Tavan, salimos de Sapa, como siempre acompañados por el inefable grupo de niñas y mujeres de alguna etnia y empezamos a descender por valles con paisajes de terrazas de arrozales que parecen perderse en el infinito. Como en el caso de la excursión a Cát-Cát, en época de siembra o de cosecha observamos el trabajo de hombres, mujeres y niños ayudados siempre por los enormes e impasibles búfalos de agua. La región es muy montañosa y, aunque la mayoría del camino es en bajada, también hay algunas subidas que combinadas al muy alto grado de humedad reinante hacen que sudemos copiosamente, por lo que es importante llevar agua para hidratarse adecuadamente. En cualquier caso, la belleza del paisaje que vamos atravesando es tal que ni nos damos cuenta del esfuerzo del camino, aparte de las numerosas paradas para sacar fotografías o filmar.

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Paramos a comer en alguna aldea y, después de descansar un rato, seguimos hasta Ta van. Ta van cuenta con unos 3000 habitantes y una veintena de casas de huéspedes o homestay sencillas pero limpias. Normalmente son enormes cabañas en las que se suele coincidir con otros grupos de caminantes. Los guías acostumbran a preparar ellos mismos la cena, con la ayuda de los dueños del albergue, mientras los visitantes cambian impresiones, de modo que la charla acostumbra a prolongarse hasta bien entrada la noche. Para dormir, colchones en el suelo y mosquiteras. A la mañana siguiente, diversas opciones. Volver caminado a Sapa, volver en un coche que viene a recogernos o proseguir el trekking hasta la hora de comer y volver después en vehículo 4×4.

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Mercado multicolor
Ninguna estancia en Sapa se puede considerar completa sin una visita al mercado de la población. Situado entre dos calles, se trata de un pequeño laberinto de estancias, callejuelas, escaleras, techos de chapa ondulada y numerosos puestos en los que se venden todo tipo de productos. De alimentación, por supuesto, con llamativas filas de aves ya desplumadas y alineadas con las patas levantadas al cielo, de carne, de peces de los ríos y todo tipo de verduras y hortalizas, así como puestos de comidas preparadas, entre los que destacan los siempre sabrosos nems. También de productos de los pueblos de las colinas, telas bordadas, artículos de bambú y de piel.

OLYMPUS DIGITAL CAMERAPero lo que más llama la atención es el espectáculo multicolor de los atuendos de las mujeres de todas las etnias que bajan hasta el mercado a vender sus productos y comprar otros. Un arcoíris de colores, de distintos tocados, de maneras sorprendentes de acarrear a los bebés a la espalda. No hay que perderse los locales de confección de prendas, con decenas de máquinas de coser trabajando al unísono y centenares de prendas coloridas colgando de paredes, techos y cualquier lugar imaginable.

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Credits: publiqué una versión de este artículo (Texto y Fotos: Anna Tomàs) en julio de 2014 en el Viajar, suplemento mensual de La Vanguardia

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